Quizá fueron las altas
expectativas o mis dolores de barriga que no cesaron durante mi periplo por
Guatemala, quizá fue que tras casi cinco meses de trote por Latinoamérica y dos
meses de viajar solo, estaba cansado, quizá fuera que sencillamente no conecté
con el país o que el hecho de oler el
fin de mi viaje y el miedo a la vuelta (a lo que sería de mí) hicieron que
Guatemala fuera una de las paradas que menos disfruté del viaje.
Durante los quince días de visita por Guatemala los
dolores de barriga me tuvieron emparanoiado prácticamente todo el rato.
De repente, ahora que me
pongo a escribir, ya me queda muy lejos. Creo que pisé Guatemala hacia
Diciembre. Por ahí, en aquella época, es prácticamente verano.
Si no recuerdo mal llegué
directamente a Flores, tratando de descansar antes de llegar a Lanquin, donde
me pegaría un baño en Semuc Champei: unas piscinas naturales de las que todo el
mundo habla y recomiendan no perderse. Yo no conecté demasiado con el lugar, no
me impresionó vaya, quizá fue porque ya me había rebañado el trasero en los
cenotes Mexicanos o en cascadas Costa Riquenses o Nicas. Esto sumado mi dolor
de barriga, hizo que abandonara a la mitad el tour de semuc champei.
En Lanquin básicamente
sufrí mucho mis dolores de barriga. Cuando uno viaja por países no “tan
desarrollados”, solo y enfermo, el tema se complica. Largos trayectos de bus,
imposibilidad de comer sano y, lo peor, fiable, y si encima esto se acompaña
con la ilusión persecutoria de que todo alimento y bebida está contaminado… ni
os cuento. Asumo mi parte de culpa.
En Lanquin a modo de anécdota
les contaré que de repente mi barriga flaqueó más de la cuenta, el dolor no
cesaba y decidí ir a visitar un centro médico que ofrecía visita gratuita a
todo el mundo. Al llegar, apareció una señora indígena, evidentemente sin bata
blanca que me invitó a pasar a una sala donde me examinó. Tras tomarme la
temperatura y un leve toqueteo corporal se me acercó y me dijo: “¿Usted bebe
mucha Coca Cola, verdad?” Seguro que pueden imaginarse mi cara. Era la segunda
vez que visitaba un hospital de urgencias en mi viaje, la primera en Bolivia,
en la que tuve que esperar al menos dos horas para que secaran la radiografía
que confirmó, por suerte, que no tenía ninguna costilla rota. En este caso ya
iban dos semanas de fuertes dolores estomacales, pérdida de apetito, diarreas,
mal estar y mucho cansancio. Ante estos síntomas, a la doctora se le ocurrió
este veredicto al cual no hice ni el
menor de los casos. No es que hubiera preferido que me dijera: “Señor sufre
usted un cólico renal y tenemos que trasladarlo al hospital más cercano,
debemos operarlo urgentemente”. Vaya, que no me convenció en exceso su conclusión.
Seguí con mi rutina de
comida hervidita y carne a la plancha y, por si acaso, a petición popular, me
tomé un antiparásito.
Antigua fue de lo que más
me gustó del país. No era algo nuevo para mí, se trata de una ciudad colonial
al estilo de San Cristóbal de las Casas (México), o Cartagena de Indias
(Colombia), Granada (Nicaragua).
Antigua era lo más próximo
a la civilización a la que uno está acostumbrado por eso me sentí más seguro, más
confortable. En Antigua, las dos veces que la transité, básicamente, me dediqué
a cuidarme, masajes, buenas comilonas. En este tipo de países te puedes
permitir lujos como comer el menú degustación en un hotel de cinco estrellas y
no sentirte mal y, sobretodo, no notar como tu cuenta corriente se desploma.
Por último, aproveché para unos hacerme con unos últimos suvenires y poca cosa
más.
A pesar de no encontrarme
muy bien, el ansia por conocer una parte del país y su gente hicieron que me
cargara una última vez la mochila a la espalda y prosiguiera.
Como os decía, no tengo
muy claro el orden de los sitios que visité. En todo caso otro de los lugares
en los que estuve y de los pocos en los que gocé de una tregua fue el lago
Atitlán y sus pueblecitos. Hice base en Santiago de Atitlán. Mi barriga cedió
algún día y me permitió realizar alguna excursión y disfrutar de comilonas
copiosas, de un buen ron hondureño y alguna que otra cerveza Gallo.
Disfruté mucho la visita
al mercado de Chichicastenango, ¿menudo nombraco, eh? El viaje hacia chichi (así
lo llaman ellos) lo realicé en una Van en la que conocí a un grupo de siete
murcianos. El mercado, es uno de estos laberínticos, en el que se entrecruzan
miles de olores, gritos, gente, etc. Tras algunas divertidas y duras negociaciones,
conseguí algunos suvenires. Luego, nos dedicamos a comparar precios con todos
para ver quién de nosotros era el mejor negociante je je je. Lo curioso es que
a nadie le habían cobrado lo mismo. Yo soy de los que disfrutan negociando y
regateando, me encanta.
De Santiago volví de nuevo
a Antigua, de eso sí estoy seguro. Y de Antigua volví a mi México querido dónde
me esperaba Rían. De camino hacia el aeropuerto pasamos por Ciudad de
Guatemala, me impresionó la cantidad de pistolas recortadas que vi por la
calle.
De Guatemala me faltó
mucho por ver, como Río dulce, Livingston, Tikal y mucho más que ni siquiera
conozco. Prometo volver y darle una segunda oportunidad.
Mi viaje se aproxima a su
fin.
Le echo mucho de menos,
pero no tanto como para volver.
Love
Willy
pd: De guatemala no he encontrado más fotos que las que he puesto, en alguna parte remota de mi disco duro deben andar :-(