Las
últimas anotaciones en mi moleskiner son del 25 de Noviembre de 2011. Por aquel
entonces, seguramente andaba por Nicaragua. Poco tiempo ha pasado y mucho ha
llovido desde entonces.
He
cambiado de ciudad, ahora vivo en Madrid, he cambiado mi carraca de netbook por
un Mac que funciona a la perfección, una playa caribeña por el salón de mi
casa en el barrio de Atocha y por último, la cerveza Toña por una Mahou. Aunque
el espíritu y los dedos que machacan las teclas del ordenador son del mismo: Sir
Willy Tornado.
Mi
último post publicado hablaba de Nicaragua, así que, siéntense y disfruten del
viaje. La historia continúa, ¿les apetece acompañarme?
Como
les iba diciendo, partí de León dirección Honduras. La idea era ir hacia la
isla de Utila dónde quería pasar mis últimos días en el Caribe y aprovechar
para obtener la certificación del Advanced Open Water. Utila tiene fama de
gozar del segundo arrecife de coral más grande del mundo después del
Australiano y, además, de ser el sitio del mundo donde más económico resulta
sacarse la titulación PADI.
Debo
confesar que cruzar la frontera hacia Honduras y Guatemala me dio cierto
respeto, que no miedo; mucho más que los anteriores pasos fronterizos, aunque
el destino, una vez más, se puso de mi lado.
El
Ticabus me recogió en medio de una área de servicio de una carretera desierta
camino a Honduras. Créanme que durante un instante llegué a pensar que el bus
no pasaría jamás. Tras media hora de retraso, con un papel manchado y arrugado,
firmado a mano como único justificante de pago, y un solazo abrasador, ocurrió
el milagro y de la nada apareció en mi búsqueda.
Durante
los trámites administrativos entre la frontera entre Nicaragua y
Honduras, me hice colega de un yankee cuyo nombre me es imposible
recordar. Yo me dirigía hacia el Parrots Dive Center, el menda en cuestión,
llevaba una cami de dicho Dive. Así que pensé que sería buena idea presentarme.
Resultó ser un instructor del centro y muy amigo de la dueña y, sobretodo, un
gran conocedor del resto de camino, así que ya pueden imaginarse que me
enganché a su sabiduría hasta llegar a mi destino.
El
yankee me lo puso todo muy fácil, conocía un hotel en el
que dormir en la Ceiba, ciudad de camino a las islas. Lo de siempre, un largo
viaje de más de 24h de viaje hasta llegar a un paraíso de la vida submarina. El
viaje se me hizo más largo de la cuenta. La barriga empezó a flaquear el penúltimo
día de León y duró hasta prácticamente llegar a México. Un contratiempo que
hizo que el resto de mi viaje fuera menos agradable. Visto desde la distancia,
de 6 meses de viaje ponerse malo apenas un par de semanas por la barriga no es
para tanto aunque, claro, en el momento y el día a día de aquel momento me
pareció lo más horrible que podía pasarme.
En
el Ferry de la Ceiba hacia la isla de Utila conocería, sin saberlo, a mis
compañeros de habitación de la siguiente semana, David y Eli. Durante el
trayecto empezamos a darle al palique, ellos iban perdidos, no tenían ni dive
center mirado, ni hostal, ni nada, y un servidor les llevó a su terreno. Con
David viví momentos tremendos, nos sacamos juntos el advanced y con Eli
disfruté de tardes de calma y baños improvisados en el puto paraíso caribeño
del snorkel y la inmersión, casi ná! Noches de cena, confesiones y dolores de
barriga que no se iban. Estos llegaron a provocar el único “marroncete”
que he tenido en mi vida bajo el agua. Estaba realizando la práctica de
profundidad. Consiste en bajar a 30 metros bajo el nivel del mar y
realizar una serie de actividades. Al principio de la inmersión ya no me
encontraba bien.
Háganse a la idea que llevaba unos días de marrones
estomacales y tratando de comer sano en una isla donde comprar alimentos era de
por si una gincana, ya no digo encontrar alimentos para la práctica de una
dieta blanda. Varios días alimentándome de plátanos y de arroz hervido. Total que,
de repente, a 30 metros de profundidad se me fue el santo al cielo y me dio uno
de los peores yuyus de mi vida. Perdí el mundo de vista, tal cual y, claro, me
invadió el pánico. Pillé a mi instructor con la cara desencajada y le empecé a
dar señas para hacerle ver que estaba totalmente desubicado. La verdad es que
el equipo reaccionó rápidamente y todo quedó en un susto. Durante el resto de
las inmersiones no me sentí muy cómodo y no disfruté demasiado el curso,
incluso pensé en abandonar, pero mi cabezonería y convicción hicieron que
terminara lo que había empezado.
El
premio vino en la última inmersión, en la que de una bajada conseguimos nadar
entre miles y miles de peces que no había visto en mi vida, recuerdo estar
debajo del agua y mi instructora sin parar de señalarme bichos. Luego
comentamos la jugada y me dijo que había sido de las más espectaculares que
jamás había hecho. Teniendo en cuenta de que estamos hablando de una piva que
por lo menos ha hecho miles de inmersiones, me sentí el pive más afortunado del
mundo.
Los
días en la isla fueron tranquiletes. No puedo dejar de mencionar a Freddy, un
bombero francés, retirado, con el que cuajamos alguna que otra buena
conversación y una lasaña tremebunda en su casa en una de las pocas treguas que
me dio el estómago.
Finalmente
pude certificarme, no fue todo lo agradable que hubiera tenido que ser, pero me
certifiqué. Tras una semana entre aguas caribeñas, David, Eli y un servidor
decidimos partir hacía Copán, dónde nos esperaban uno de los yacimientos arqueológicos
más importantes de la civilización Maya, de esta manera me podría sacar la
espina de Chichen Itza.
En
Copán, nos metimos en uno de los restaurantes más caros de todo mi viaje y nos
dimos un lujo en honor a mi estómago y a la amistad que nos unió durante una
semana, brindamos y nos despedimos.
Las
ruinas las visité solo y me fliparon de la vida. La arqueología siempre me ha
fascinado. Al salir delas ruinas
partí hacia Guatemala y eso amigos, eso va en la siguiente entrega.
Os
echo mucho de menos, pero no tanto como para volver.
Love willy