Desde que estoy en tierras latinoamericanas no han parado de
ocurrirme millones de cosas nuevas, día tras día he descubierto nuevos recovecos
donde dejar caer mis huesos por un rato.
Durante mi breve estancia por estos lares, me ha quedado
claro que aquí la tierra sigue viva, arde, se mueve, huele, vuela… todo lo que
puedan imaginarse.
En la esquina menos pensada brota una enorme cascada de
aguas cristalinas. Los árboles selváticos son tan grandes que ni con el esfuerzo de cinco personas lograríamos abrazar
su tronco. El verde reluce con honra. La lluvia, cuando cae, cae de verdad. Litros
y litros de agua hacen que rebroten árboles y plantas por doquier. Volcanes que,
con orgullo, a base de fumarolas, pequeñas piscinas de lodo hirviendo, lluvias nocturnas de lava, nos recuerdan que
debajo de la tierra hay mucho que decir. Un servidor lo escuchó; sin quemarse, claro.
Cuando ya daba por concluido el viaje y me disponía a
disfrutar de las últimas dos semanas en el Defectuoso, justo a mi llegada, la
ciudad me dio una bienvenida a lo grande.
Estábamos en casa. El día fue agotador pero estaba feliz. Habíamos
disfrutado de una bonita velada en el mercado de San Ángel, coreamos los goles del
Barça en una cantina mexicana y hasta nos quedó algo de energía para dar una
vuelta por Coyoacán.
Al llegar a casa nos pusimos cómodos. Yo vestía unos
pantalones de Ri, estilo cagado y de
color rosa con un estampado de flores. Aunque no lo crean ese detalle es
importante para el desarrollo de esta historia.
Estaba sentado en el sofá y, de repente, el suelo empezó a
temblar. Al principio no fui consciente de nada. Ri, en tono de “bronca
doméstica”, me dijo: “oye… ¿qué haces con el suelo?”. Yo, con cara de no saber
qué ocurría, le respondí: “Vida… ¿con el suelo?. Ri, cual profesional, sin
mediar palabra, se fue directa al marco de la puerta de la cocina al son de: “Cariño
ven paracá que esto es un terremoto!!!”.
Pueden imaginarse mi cara, blanca. Me levanté del sofá y fue cuando me di
cuenta de lo que estaba ocurriendo. Primero la casa botó. Putrum, putrum. Luego
se movió, derecha, izquierda, derecha, izquierda; como si fuera papel de fumar.
Escuchábamos a los vecinos que salían a la calle. No sé ni cómo, se me ocurrió
agarrar un par de abrigos, el teléfono y las llaves de casa. Entonces fue
cuando seguimos la mítica de, dónde va Vicente va la gente.
Imaginen mis pintas: pantalones rosas cagados con flores
estampadas, zapatillas de andar por casa y cara susto. Justifiqué mi imagen a los vecinos que me miraban
raro. Primero por mis pintas, segundo por mi jeto y tercero por mi falta de
profesionalidad sísmica.
Acá, en México, todo el mundo sabe de placas tectónicas, de
movimientos geológicos, incluso de grados Richter. Los mexicanos saben qué
hacer y qué no hacer en situación de emergencia. Como mediterráneo de pro, lo
más cerca que he estado de un terremoto fue la peli en la que Bruce Willis
termina salvando al mundo de un meteorito. Un meteorito que de impactar con la
tierra hubiera provocado el más grande de los terremotos; sin venir a cuento
les diré que con esa peli se derrumbaron algunas lágrimas. ¿Acaso no han
llorado ustedes jamás con una película de aires mainstream?
En el punto de encuentro (el patio trasero del condominio), la
gente comentaba que, con toda probabilidad, este había sido el sismo más fuerte
que se recordaba desde aquel famoso y trágico ocurrido en el ‘85 que derribó
todo el centro de la ciudad de México.
Aún hubo una pequeña replica en la que el suelo volvió a
temblar. Fue en este punto, cuando por una milésima de segundo, pensé en la
posibilidad de que el suelo se viniera abajo. Vi heridos, edificios cayendo,
sangre, gritos, nervios. Coño, entiéndanme, el suelo temblaba. ¿Cuántas veces
han sentido ustedes esto?
Por fortuna todo quedó en un susto, una historia más que contar a mis nietos. Sí, seguramente
será de esas que repetiré una y otra vez. ¿Os he contado que el sábado 10 de diciembre
de 2011, a las 19h47, fui testigo de uno de los terremotos más fuertes que han
sacudido el DF?
Como dato, el terremoto que derrumbó la ciudad de Lorca fue de
4,5 en la escala de Richter y el que nos sacudió en el DF fue de 6,8. Cualquier
ciudad en España que temblara con esa intensidad, con toda probabilidad, caería
a trozos. Por suerte en el DF, hace años, aprendieron la lección y los
edificios han demostrado estar preparados para un sismo de estas características.
Ustedes no sufran. En la otra parte del Atlántico, a priori,
es prácticamente imposible que suceda un tembleque de estas dimensiones.
¿Están ustedes preparados para el regreso del tornado?
Os echo mucho de menos pero no tanto como para volver
Love
Hola Willy:
ResponderEliminarEn estas entrañables fechas queremos desearte a ti y a tus seguidores que paséis una FELIZ NAVIDAD .
Este año ha estado marcado por la crisis y dificultades económicas, esperamos que el próximo año 2012 se superen y venga cargado de bonanzas.
Os invito a leer este peculiar Cuento de Navidad para la crisis.
Un abrazo.