lunes, 29 de octubre de 2012

Guatemala y mis dolores estomacales.




 
 
Quizá fueron las altas expectativas o mis dolores de barriga que no cesaron durante mi periplo por Guatemala, quizá fue que tras casi cinco meses de trote por Latinoamérica y dos meses de viajar solo, estaba cansado, quizá fuera que sencillamente no conecté con el país o que el  hecho de oler el fin de mi viaje y el miedo a la vuelta (a lo que sería de mí) hicieron que Guatemala fuera una de las paradas que menos disfruté del viaje.
Durante los  quince días de visita por Guatemala los dolores de barriga me tuvieron emparanoiado prácticamente todo el rato.
De repente, ahora que me pongo a escribir, ya me queda muy lejos. Creo que pisé Guatemala hacia Diciembre. Por ahí, en aquella época, es prácticamente verano.
Si no recuerdo mal llegué directamente a Flores, tratando de descansar antes de llegar a Lanquin, donde me pegaría un baño en Semuc Champei: unas piscinas naturales de las que todo el mundo habla y recomiendan no perderse. Yo no conecté demasiado con el lugar, no me impresionó vaya, quizá fue porque ya me había rebañado el trasero en los cenotes Mexicanos o en cascadas Costa Riquenses o Nicas. Esto sumado mi dolor de barriga, hizo que abandonara a la mitad el tour de semuc champei.
En Lanquin básicamente sufrí mucho mis dolores de barriga. Cuando uno viaja por países no “tan desarrollados”, solo y enfermo, el tema se complica. Largos trayectos de bus, imposibilidad de comer sano y, lo peor, fiable, y si encima esto se acompaña con la ilusión persecutoria de que todo alimento y bebida está contaminado… ni os cuento. Asumo mi parte de culpa.
En Lanquin a modo de anécdota les contaré que de repente mi barriga flaqueó más de la cuenta, el dolor no cesaba y decidí ir a visitar un centro médico que ofrecía visita gratuita a todo el mundo. Al llegar, apareció una señora indígena, evidentemente sin bata blanca que me invitó a pasar a una sala donde me examinó. Tras tomarme la temperatura y un leve toqueteo corporal se me acercó y me dijo: “¿Usted bebe mucha Coca Cola, verdad?” Seguro que pueden imaginarse mi cara. Era la segunda vez que visitaba un hospital de urgencias en mi viaje, la primera en Bolivia, en la que tuve que esperar al menos dos horas para que secaran la radiografía que confirmó, por suerte, que no tenía ninguna costilla rota. En este caso ya iban dos semanas de fuertes dolores estomacales, pérdida de apetito, diarreas, mal estar y mucho cansancio. Ante estos síntomas, a la doctora se le ocurrió este  veredicto al cual no hice ni el menor de los casos. No es que hubiera preferido que me dijera: “Señor sufre usted un cólico renal y tenemos que trasladarlo al hospital más cercano, debemos operarlo urgentemente”. Vaya, que no me convenció en exceso su conclusión.
Seguí con mi rutina de comida hervidita y carne a la plancha y, por si acaso, a petición popular, me tomé un antiparásito.
Antigua fue de lo que más me gustó del país. No era algo nuevo para mí, se trata de una ciudad colonial al estilo de San Cristóbal de las Casas (México), o Cartagena de Indias (Colombia), Granada (Nicaragua).
Antigua era lo más próximo a la civilización a la que uno está acostumbrado por eso me sentí más seguro, más confortable. En Antigua, las dos veces que la transité, básicamente, me dediqué a cuidarme, masajes, buenas comilonas. En este tipo de países te puedes permitir lujos como comer el menú degustación en un hotel de cinco estrellas y no sentirte mal y, sobretodo, no notar como tu cuenta corriente se desploma. Por último, aproveché para unos hacerme con unos últimos suvenires y poca cosa más.
A pesar de no encontrarme muy bien, el ansia por conocer una parte del país y su gente hicieron que me cargara una última vez la mochila a la espalda y prosiguiera.
Como os decía, no tengo muy claro el orden de los sitios que visité. En todo caso otro de los lugares en los que estuve y de los pocos en los que gocé de una tregua fue el lago Atitlán y sus pueblecitos. Hice base en Santiago de Atitlán. Mi barriga cedió algún día y me permitió realizar alguna excursión y disfrutar de comilonas copiosas, de un buen ron hondureño y alguna que otra cerveza Gallo.
Disfruté mucho la visita al mercado de Chichicastenango, ¿menudo nombraco, eh? El viaje hacia chichi (así lo llaman ellos) lo realicé en una Van en la que conocí a un grupo de siete murcianos. El mercado, es uno de estos laberínticos, en el que se entrecruzan miles de olores, gritos, gente, etc. Tras algunas divertidas y duras negociaciones, conseguí algunos suvenires. Luego, nos dedicamos a comparar precios con todos para ver quién de nosotros era el mejor negociante je je je. Lo curioso es que a nadie le habían cobrado lo mismo. Yo soy de los que disfrutan negociando y regateando, me encanta.
De Santiago volví de nuevo a Antigua, de eso sí estoy seguro. Y de Antigua volví a mi México querido dónde me esperaba Rían. De camino hacia el aeropuerto pasamos por Ciudad de Guatemala, me impresionó la cantidad de pistolas recortadas que vi por la calle.
De Guatemala me faltó mucho por ver, como Río dulce, Livingston, Tikal y mucho más que ni siquiera conozco. Prometo volver y darle una segunda oportunidad.
Mi viaje se aproxima a su fin.
Le echo mucho de menos, pero no tanto como para volver.
Love
Willy
pd: De guatemala no he encontrado más fotos que las que he puesto, en alguna parte remota de mi disco duro deben andar :-(

domingo, 3 de junio de 2012

Honduras















 










Las últimas anotaciones en mi moleskiner son del 25 de Noviembre de 2011. Por aquel entonces, seguramente andaba por Nicaragua. Poco tiempo ha pasado y mucho ha llovido desde entonces.
He cambiado de ciudad, ahora vivo en Madrid, he cambiado mi carraca de netbook por un Mac que funciona a la perfección, una playa caribeña por el salón de mi casa en el barrio de Atocha y por último, la cerveza Toña por una Mahou. Aunque el espíritu y los dedos que machacan las teclas del ordenador son del mismo: Sir Willy Tornado.
Mi último post publicado hablaba de Nicaragua, así que, siéntense y disfruten del viaje. La historia continúa, ¿les apetece acompañarme?

Como les iba diciendo, partí de León dirección Honduras. La idea era ir hacia la isla de Utila dónde quería pasar mis últimos días en el Caribe y aprovechar para obtener la certificación del Advanced Open Water. Utila tiene fama de gozar del segundo arrecife de coral más grande del mundo después del Australiano y, además, de ser el sitio del mundo donde más económico resulta sacarse la titulación PADI.

Debo confesar que cruzar la frontera hacia Honduras y Guatemala me dio cierto respeto, que no miedo; mucho más que los anteriores pasos fronterizos, aunque el destino, una vez más, se puso de mi lado.
El Ticabus me recogió en medio de una área de servicio de una carretera desierta camino a Honduras. Créanme que durante un instante llegué a pensar que el bus no pasaría jamás. Tras media hora de retraso, con un papel manchado y arrugado, firmado a mano como único justificante de pago, y un solazo abrasador, ocurrió el milagro y de la nada apareció en mi búsqueda.

Durante los trámites administrativos entre la frontera entre Nicaragua y Honduras, me hice colega de un yankee cuyo nombre me es imposible recordar. Yo me dirigía hacia el Parrots Dive Center, el menda en cuestión, llevaba una cami de dicho Dive. Así que pensé que sería buena idea presentarme. Resultó ser un instructor del centro y muy amigo de la dueña y, sobretodo, un gran conocedor del resto de camino, así que ya pueden imaginarse que me enganché a su sabiduría hasta llegar a mi destino.

El yankee me lo puso todo muy fácil, conocía un hotel en el que dormir en la Ceiba, ciudad de camino a las islas. Lo de siempre, un largo viaje de más de 24h de viaje hasta llegar a un paraíso de la vida submarina. El viaje se me hizo más largo de la cuenta. La barriga empezó a flaquear el penúltimo día de León y duró hasta prácticamente llegar a México. Un contratiempo que hizo que el resto de mi viaje fuera menos agradable. Visto desde la distancia, de 6 meses de viaje ponerse malo apenas un par de semanas por la barriga no es para tanto aunque, claro, en el momento y el día a día de aquel momento me pareció lo más horrible que podía pasarme.

En el Ferry de la Ceiba hacia la isla de Utila conocería, sin saberlo, a mis compañeros de habitación de la siguiente semana, David y Eli. Durante el trayecto empezamos a darle al palique, ellos iban perdidos, no tenían ni dive center mirado, ni hostal, ni nada, y un servidor les llevó a su terreno. Con David viví momentos tremendos, nos sacamos juntos el advanced y con Eli disfruté de tardes de calma y baños improvisados en el puto paraíso caribeño del snorkel y la inmersión, casi ná! Noches de cena, confesiones y dolores de barriga que no se iban. Estos llegaron a  provocar el único “marroncete” que he tenido en mi vida bajo el agua. Estaba realizando la práctica de profundidad. Consiste en bajar a  30 metros bajo el nivel del mar y realizar una serie de actividades. Al principio de la inmersión ya no me encontraba bien. 

Háganse a la idea que llevaba unos días de marrones estomacales y tratando de comer sano en una isla donde comprar alimentos era de por si una gincana, ya no digo encontrar alimentos para la práctica de una dieta blanda. Varios días alimentándome de plátanos y de arroz hervido. Total que, de repente, a 30 metros de profundidad se me fue el santo al cielo y me dio uno de los peores yuyus de mi vida. Perdí el mundo de vista, tal cual y, claro, me invadió el pánico. Pillé a mi instructor con la cara desencajada y le empecé a dar señas para hacerle ver que estaba totalmente desubicado. La verdad es que el equipo reaccionó rápidamente y todo quedó en un susto. Durante el resto de las inmersiones no me sentí muy cómodo y no disfruté demasiado el curso, incluso pensé en abandonar, pero mi cabezonería y convicción hicieron que terminara lo que había empezado. 

El premio vino en la última inmersión, en la que de una bajada conseguimos nadar entre miles y miles de peces que no había visto en mi vida, recuerdo estar debajo del agua y mi instructora sin parar de señalarme bichos. Luego comentamos la jugada y me dijo que había sido de las más espectaculares que jamás había hecho. Teniendo en cuenta de que estamos hablando de una piva que por lo menos ha hecho miles de inmersiones, me sentí el pive más afortunado del mundo.
Los días en la isla fueron tranquiletes. No puedo dejar de mencionar a Freddy, un bombero francés, retirado, con el que cuajamos alguna que otra buena conversación y una lasaña tremebunda en su casa en una de las pocas treguas que me dio el estómago. 

Finalmente pude certificarme, no fue todo lo agradable que hubiera tenido que ser, pero me certifiqué. Tras una semana entre aguas caribeñas, David, Eli y un servidor decidimos partir hacía Copán, dónde nos esperaban uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la civilización Maya, de esta manera me podría sacar la espina de Chichen Itza.
En Copán, nos metimos en uno de los restaurantes más caros de todo mi viaje y nos dimos un lujo en honor a mi estómago y a la amistad que nos unió durante una semana, brindamos y nos despedimos.
Las ruinas las visité solo y me fliparon de la vida. La arqueología siempre me ha fascinado. Al salir delas  ruinas partí hacia Guatemala y eso amigos, eso va en la siguiente entrega.

Os echo mucho de menos, pero no tanto como para volver.
 Love willy