lunes, 29 de octubre de 2012

Guatemala y mis dolores estomacales.




 
 
Quizá fueron las altas expectativas o mis dolores de barriga que no cesaron durante mi periplo por Guatemala, quizá fue que tras casi cinco meses de trote por Latinoamérica y dos meses de viajar solo, estaba cansado, quizá fuera que sencillamente no conecté con el país o que el  hecho de oler el fin de mi viaje y el miedo a la vuelta (a lo que sería de mí) hicieron que Guatemala fuera una de las paradas que menos disfruté del viaje.
Durante los  quince días de visita por Guatemala los dolores de barriga me tuvieron emparanoiado prácticamente todo el rato.
De repente, ahora que me pongo a escribir, ya me queda muy lejos. Creo que pisé Guatemala hacia Diciembre. Por ahí, en aquella época, es prácticamente verano.
Si no recuerdo mal llegué directamente a Flores, tratando de descansar antes de llegar a Lanquin, donde me pegaría un baño en Semuc Champei: unas piscinas naturales de las que todo el mundo habla y recomiendan no perderse. Yo no conecté demasiado con el lugar, no me impresionó vaya, quizá fue porque ya me había rebañado el trasero en los cenotes Mexicanos o en cascadas Costa Riquenses o Nicas. Esto sumado mi dolor de barriga, hizo que abandonara a la mitad el tour de semuc champei.
En Lanquin básicamente sufrí mucho mis dolores de barriga. Cuando uno viaja por países no “tan desarrollados”, solo y enfermo, el tema se complica. Largos trayectos de bus, imposibilidad de comer sano y, lo peor, fiable, y si encima esto se acompaña con la ilusión persecutoria de que todo alimento y bebida está contaminado… ni os cuento. Asumo mi parte de culpa.
En Lanquin a modo de anécdota les contaré que de repente mi barriga flaqueó más de la cuenta, el dolor no cesaba y decidí ir a visitar un centro médico que ofrecía visita gratuita a todo el mundo. Al llegar, apareció una señora indígena, evidentemente sin bata blanca que me invitó a pasar a una sala donde me examinó. Tras tomarme la temperatura y un leve toqueteo corporal se me acercó y me dijo: “¿Usted bebe mucha Coca Cola, verdad?” Seguro que pueden imaginarse mi cara. Era la segunda vez que visitaba un hospital de urgencias en mi viaje, la primera en Bolivia, en la que tuve que esperar al menos dos horas para que secaran la radiografía que confirmó, por suerte, que no tenía ninguna costilla rota. En este caso ya iban dos semanas de fuertes dolores estomacales, pérdida de apetito, diarreas, mal estar y mucho cansancio. Ante estos síntomas, a la doctora se le ocurrió este  veredicto al cual no hice ni el menor de los casos. No es que hubiera preferido que me dijera: “Señor sufre usted un cólico renal y tenemos que trasladarlo al hospital más cercano, debemos operarlo urgentemente”. Vaya, que no me convenció en exceso su conclusión.
Seguí con mi rutina de comida hervidita y carne a la plancha y, por si acaso, a petición popular, me tomé un antiparásito.
Antigua fue de lo que más me gustó del país. No era algo nuevo para mí, se trata de una ciudad colonial al estilo de San Cristóbal de las Casas (México), o Cartagena de Indias (Colombia), Granada (Nicaragua).
Antigua era lo más próximo a la civilización a la que uno está acostumbrado por eso me sentí más seguro, más confortable. En Antigua, las dos veces que la transité, básicamente, me dediqué a cuidarme, masajes, buenas comilonas. En este tipo de países te puedes permitir lujos como comer el menú degustación en un hotel de cinco estrellas y no sentirte mal y, sobretodo, no notar como tu cuenta corriente se desploma. Por último, aproveché para unos hacerme con unos últimos suvenires y poca cosa más.
A pesar de no encontrarme muy bien, el ansia por conocer una parte del país y su gente hicieron que me cargara una última vez la mochila a la espalda y prosiguiera.
Como os decía, no tengo muy claro el orden de los sitios que visité. En todo caso otro de los lugares en los que estuve y de los pocos en los que gocé de una tregua fue el lago Atitlán y sus pueblecitos. Hice base en Santiago de Atitlán. Mi barriga cedió algún día y me permitió realizar alguna excursión y disfrutar de comilonas copiosas, de un buen ron hondureño y alguna que otra cerveza Gallo.
Disfruté mucho la visita al mercado de Chichicastenango, ¿menudo nombraco, eh? El viaje hacia chichi (así lo llaman ellos) lo realicé en una Van en la que conocí a un grupo de siete murcianos. El mercado, es uno de estos laberínticos, en el que se entrecruzan miles de olores, gritos, gente, etc. Tras algunas divertidas y duras negociaciones, conseguí algunos suvenires. Luego, nos dedicamos a comparar precios con todos para ver quién de nosotros era el mejor negociante je je je. Lo curioso es que a nadie le habían cobrado lo mismo. Yo soy de los que disfrutan negociando y regateando, me encanta.
De Santiago volví de nuevo a Antigua, de eso sí estoy seguro. Y de Antigua volví a mi México querido dónde me esperaba Rían. De camino hacia el aeropuerto pasamos por Ciudad de Guatemala, me impresionó la cantidad de pistolas recortadas que vi por la calle.
De Guatemala me faltó mucho por ver, como Río dulce, Livingston, Tikal y mucho más que ni siquiera conozco. Prometo volver y darle una segunda oportunidad.
Mi viaje se aproxima a su fin.
Le echo mucho de menos, pero no tanto como para volver.
Love
Willy
pd: De guatemala no he encontrado más fotos que las que he puesto, en alguna parte remota de mi disco duro deben andar :-(

domingo, 3 de junio de 2012

Honduras















 










Las últimas anotaciones en mi moleskiner son del 25 de Noviembre de 2011. Por aquel entonces, seguramente andaba por Nicaragua. Poco tiempo ha pasado y mucho ha llovido desde entonces.
He cambiado de ciudad, ahora vivo en Madrid, he cambiado mi carraca de netbook por un Mac que funciona a la perfección, una playa caribeña por el salón de mi casa en el barrio de Atocha y por último, la cerveza Toña por una Mahou. Aunque el espíritu y los dedos que machacan las teclas del ordenador son del mismo: Sir Willy Tornado.
Mi último post publicado hablaba de Nicaragua, así que, siéntense y disfruten del viaje. La historia continúa, ¿les apetece acompañarme?

Como les iba diciendo, partí de León dirección Honduras. La idea era ir hacia la isla de Utila dónde quería pasar mis últimos días en el Caribe y aprovechar para obtener la certificación del Advanced Open Water. Utila tiene fama de gozar del segundo arrecife de coral más grande del mundo después del Australiano y, además, de ser el sitio del mundo donde más económico resulta sacarse la titulación PADI.

Debo confesar que cruzar la frontera hacia Honduras y Guatemala me dio cierto respeto, que no miedo; mucho más que los anteriores pasos fronterizos, aunque el destino, una vez más, se puso de mi lado.
El Ticabus me recogió en medio de una área de servicio de una carretera desierta camino a Honduras. Créanme que durante un instante llegué a pensar que el bus no pasaría jamás. Tras media hora de retraso, con un papel manchado y arrugado, firmado a mano como único justificante de pago, y un solazo abrasador, ocurrió el milagro y de la nada apareció en mi búsqueda.

Durante los trámites administrativos entre la frontera entre Nicaragua y Honduras, me hice colega de un yankee cuyo nombre me es imposible recordar. Yo me dirigía hacia el Parrots Dive Center, el menda en cuestión, llevaba una cami de dicho Dive. Así que pensé que sería buena idea presentarme. Resultó ser un instructor del centro y muy amigo de la dueña y, sobretodo, un gran conocedor del resto de camino, así que ya pueden imaginarse que me enganché a su sabiduría hasta llegar a mi destino.

El yankee me lo puso todo muy fácil, conocía un hotel en el que dormir en la Ceiba, ciudad de camino a las islas. Lo de siempre, un largo viaje de más de 24h de viaje hasta llegar a un paraíso de la vida submarina. El viaje se me hizo más largo de la cuenta. La barriga empezó a flaquear el penúltimo día de León y duró hasta prácticamente llegar a México. Un contratiempo que hizo que el resto de mi viaje fuera menos agradable. Visto desde la distancia, de 6 meses de viaje ponerse malo apenas un par de semanas por la barriga no es para tanto aunque, claro, en el momento y el día a día de aquel momento me pareció lo más horrible que podía pasarme.

En el Ferry de la Ceiba hacia la isla de Utila conocería, sin saberlo, a mis compañeros de habitación de la siguiente semana, David y Eli. Durante el trayecto empezamos a darle al palique, ellos iban perdidos, no tenían ni dive center mirado, ni hostal, ni nada, y un servidor les llevó a su terreno. Con David viví momentos tremendos, nos sacamos juntos el advanced y con Eli disfruté de tardes de calma y baños improvisados en el puto paraíso caribeño del snorkel y la inmersión, casi ná! Noches de cena, confesiones y dolores de barriga que no se iban. Estos llegaron a  provocar el único “marroncete” que he tenido en mi vida bajo el agua. Estaba realizando la práctica de profundidad. Consiste en bajar a  30 metros bajo el nivel del mar y realizar una serie de actividades. Al principio de la inmersión ya no me encontraba bien. 

Háganse a la idea que llevaba unos días de marrones estomacales y tratando de comer sano en una isla donde comprar alimentos era de por si una gincana, ya no digo encontrar alimentos para la práctica de una dieta blanda. Varios días alimentándome de plátanos y de arroz hervido. Total que, de repente, a 30 metros de profundidad se me fue el santo al cielo y me dio uno de los peores yuyus de mi vida. Perdí el mundo de vista, tal cual y, claro, me invadió el pánico. Pillé a mi instructor con la cara desencajada y le empecé a dar señas para hacerle ver que estaba totalmente desubicado. La verdad es que el equipo reaccionó rápidamente y todo quedó en un susto. Durante el resto de las inmersiones no me sentí muy cómodo y no disfruté demasiado el curso, incluso pensé en abandonar, pero mi cabezonería y convicción hicieron que terminara lo que había empezado. 

El premio vino en la última inmersión, en la que de una bajada conseguimos nadar entre miles y miles de peces que no había visto en mi vida, recuerdo estar debajo del agua y mi instructora sin parar de señalarme bichos. Luego comentamos la jugada y me dijo que había sido de las más espectaculares que jamás había hecho. Teniendo en cuenta de que estamos hablando de una piva que por lo menos ha hecho miles de inmersiones, me sentí el pive más afortunado del mundo.
Los días en la isla fueron tranquiletes. No puedo dejar de mencionar a Freddy, un bombero francés, retirado, con el que cuajamos alguna que otra buena conversación y una lasaña tremebunda en su casa en una de las pocas treguas que me dio el estómago. 

Finalmente pude certificarme, no fue todo lo agradable que hubiera tenido que ser, pero me certifiqué. Tras una semana entre aguas caribeñas, David, Eli y un servidor decidimos partir hacía Copán, dónde nos esperaban uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de la civilización Maya, de esta manera me podría sacar la espina de Chichen Itza.
En Copán, nos metimos en uno de los restaurantes más caros de todo mi viaje y nos dimos un lujo en honor a mi estómago y a la amistad que nos unió durante una semana, brindamos y nos despedimos.
Las ruinas las visité solo y me fliparon de la vida. La arqueología siempre me ha fascinado. Al salir delas  ruinas partí hacia Guatemala y eso amigos, eso va en la siguiente entrega.

Os echo mucho de menos, pero no tanto como para volver.
 Love willy












miércoles, 21 de diciembre de 2011

Nicaragüita Vol II



 
 

















Como os contaba en el anterior post, en la Laguna de Apoyo conocí a Edgar que se convertiría en mi nuevo compadre de batallas durante los días siguientes.

El punto de encuentro fue el parque central de Granada. A la vieja usanza. Sin móviles, sin más. Quedamos en encontrarnos a las 11h en el primer carruaje de la plaza. ¿Os acordáis cuando las citas eran, a dos semanas vista, en un punto y hora concretos? Sin móviles, Facebook, Whats’ up, mails, Twiter, etc.

Nuestro siguiente destino sería la isla de Ometepe. Desde ya os digo que es uno de los puntos  fuertes de todo mi viaje. Juraría que quedó finalista para ser una de las ocho nuevas maravillas del mundo. En mi opinión, es una de las más bellas que se haya cruzado en mi camino.

Para que se hagan una idea, Ometepe es una isla situada en el lago Nicaragua y está formada por dos volcanes, el Maderas y el Concepción.

El primer día nos alquilamos unas bicicletas y, al estilo verano azul, entre sonrisas y a base de “ooooooohhhhhhh, que bonito”” nos cruzamos la mitad de la isla en un día entero.
Durante la travesía nos paramos en el Ojo de Agua, uno de los principales atractivos de la isla. Consiste en una piscina natural, cristalina, en la que disfrutar de un baño entre aguas volcánicas. Una maravilla, vaya.

Muchos de los visitantes ansían por subir uno de los dos volcanes. Edgar y yo, decidimos no subir ninguno de ellos y, en cambio, fuimos hacia la cascada situada en el volcán Maderas. Unos 18 km de caminata en una pendiente considerable. Sin lugar a dudas compensó todo el esfuerzo. 

Al llegar nos dio la bienvenida una cascada con un recorrido de 200 metros, con toda probabilidad la más grande que haya visto hasta la fecha.

La última noche en Ometepe la pasamos en la hacienda Mérida. Disfrutamos mucho de la comida 
a base de pan artesanal, hamburguesa vegetariana y un zumo riquísimo de sandía, así como del atardecer con vistas de lujo al volcán y una de las mejores puestas de sol que he visto jamás. 
Lástima que unos bichitos, cuyo nombre ni recuerdo, me dejaron un gran recorrido de picaduras en mis dos piernas.

Salimos de Ometepe dirección San Juan del Sur. Nos os contaré mucho más de lo que ya os conté en el post que dediqué al surf. En San Juan del Sur me despedí de Edgar que prosiguió su viaje hacia el sur.

Me hospedé en el Casa de Oro, un hostal ok para backpackers, donde conocí a Chris y Thomas… dos grandes y locos noruegos con los que quemamos más de una noche san juarense (¿se dirá así?).

También se cruzaron un grupo de voluntarios. Nicaragua, en especial Granada, es uno de los países dónde hay más voluntarios y cooperantes. Uno de ellos me caló de manera especial. Félix, alias “el hostias”.

A los dos se nos metió entre ceja y ceja hacernos con una hamaca nica. Fuimos para el mercado de Masaya. Los locales, y también las guías, recomiendan una visita. Tiene un encanto especial; entre callejones, tiendecitas y suvenires uno termina por comprar más de la cuenta, cosas que luego no sabemos ni dónde poner.

Tengo la teoría que muchas de las cosas que puedes comprar en este mercado, cuando las sacas de su contexto habitual, terminan por ser feas de cojones.

En fin, finalmente nos hicimos con nuestra hamaca y nos fuimos a una peculiar terraza en el parque central de Masaya donde nos tomamos un zumo natural.

Llegados a este punto les diré que andaba absolutamente enamorado del país. Su gente, los amigos que hice, el surf, las playas, sus puestas de sol, su ron… todo muy difícil de superar.

Proseguí hacia el norte. Llegué a León. Los días en la ciudad fueron absolutamente distintos a los anteriores. Me dediqué a descansar, pasear por sus calles muy tranquilamente y conversar con los locales.

León es una ciudad colonial repleta de historia. Muchos la comparan con Granada. En mi opinión, me fascinó mucho más Granada. Aunque esto es solo cuestión de gustos.

Desde León traté de ir a buscar olas a la playa de Poneyola. Sin suerte y tras pernoctar una noche, volví a León para agarrar un bus dirección Honduras.

Esto se lo cuento en el siguiente capítulo.

Les echo mucho de menos pero no tanto como para volver.

Love

Willy 




miércoles, 14 de diciembre de 2011

El terremoto














Desde que estoy en  tierras latinoamericanas no han parado de ocurrirme millones de cosas nuevas, día tras día he descubierto nuevos recovecos donde dejar caer mis huesos por un rato.

Durante mi breve estancia por estos lares, me ha quedado claro que aquí la tierra sigue viva, arde, se mueve, huele, vuela… todo lo que puedan imaginarse.

En la esquina menos pensada brota una enorme cascada de aguas cristalinas. Los árboles selváticos son tan grandes que ni con el  esfuerzo de cinco personas lograríamos abrazar su tronco. El verde reluce con honra. La lluvia, cuando cae, cae de verdad. Litros y litros de agua hacen que rebroten árboles y plantas por doquier. Volcanes que, con orgullo, a base de fumarolas, pequeñas piscinas de lodo hirviendo,  lluvias nocturnas de lava, nos recuerdan que debajo de la tierra hay mucho que decir.  Un servidor lo escuchó;  sin quemarse, claro.  

Cuando ya daba por concluido el viaje y me disponía a disfrutar de las últimas dos semanas en el Defectuoso, justo a mi llegada, la ciudad me dio una bienvenida a lo grande.

Estábamos en casa. El día fue agotador pero estaba feliz. Habíamos disfrutado de una bonita velada en el mercado de San Ángel, coreamos los goles del Barça en una cantina mexicana y hasta nos quedó algo de energía para dar una vuelta por Coyoacán.

Al llegar a casa nos pusimos cómodos. Yo vestía unos pantalones de Ri, estilo cagado y de color rosa con un estampado de flores. Aunque no lo crean ese detalle es importante para el desarrollo de esta historia.

Estaba sentado en el sofá y, de repente, el suelo empezó a temblar. Al principio no fui consciente de nada. Ri, en tono de “bronca doméstica”, me dijo: “oye… ¿qué haces con el suelo?”. Yo, con cara de no saber qué ocurría, le respondí: “Vida… ¿con el suelo?. Ri, cual profesional, sin mediar palabra, se fue directa al marco de la puerta de la cocina al son de: “Cariño ven paracá que esto es un terremoto!!!”. Pueden imaginarse mi cara, blanca. Me levanté del sofá y fue cuando me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. Primero la casa botó. Putrum, putrum. Luego se movió, derecha, izquierda, derecha, izquierda; como si fuera papel de fumar. Escuchábamos a los vecinos que salían a la calle. No sé ni cómo, se me ocurrió agarrar un par de abrigos, el teléfono y las llaves de casa. Entonces fue cuando seguimos la mítica de, dónde va Vicente va la gente.

Imaginen mis pintas: pantalones rosas cagados con flores estampadas, zapatillas de andar por casa y cara susto.  Justifiqué mi imagen a los vecinos que me miraban raro. Primero por mis pintas, segundo por mi jeto y tercero por mi falta de profesionalidad sísmica.

Acá, en México, todo el mundo sabe de placas tectónicas, de movimientos geológicos, incluso de grados Richter. Los mexicanos saben qué hacer y qué no hacer en situación de emergencia. Como mediterráneo de pro, lo más cerca que he estado de un terremoto fue la peli en la que Bruce Willis termina salvando al mundo de un meteorito. Un meteorito que de impactar con la tierra hubiera provocado el más grande de los terremotos; sin venir a cuento les diré que con esa peli se derrumbaron algunas lágrimas. ¿Acaso no han llorado ustedes jamás con una película de aires mainstream?

En el punto de encuentro (el patio trasero del condominio), la gente comentaba que, con toda probabilidad, este había sido el sismo más fuerte que se recordaba desde aquel famoso y trágico ocurrido en el ‘85 que derribó todo el centro de la ciudad de México.

Aún hubo una pequeña replica en la que el suelo volvió a temblar. Fue en este punto, cuando por una milésima de segundo, pensé en la posibilidad de que el suelo se viniera abajo. Vi heridos, edificios cayendo, sangre, gritos, nervios. Coño, entiéndanme, el suelo temblaba. ¿Cuántas veces han sentido ustedes esto?

Por fortuna todo quedó en un susto,  una historia más que contar a mis nietos. Sí, seguramente será de esas que repetiré una y otra vez. ¿Os he contado que el sábado 10 de diciembre de 2011, a las 19h47, fui testigo de uno de los terremotos más fuertes que han sacudido el DF?

Como dato, el terremoto que derrumbó la ciudad de Lorca fue de 4,5 en la escala de Richter y el que nos sacudió en el DF fue de 6,8. Cualquier ciudad en España que temblara con esa intensidad, con toda probabilidad, caería a trozos. Por suerte en el DF, hace años, aprendieron la lección y los edificios han demostrado estar preparados para un sismo de estas características.

Ustedes no sufran. En la otra parte del Atlántico, a priori, es prácticamente imposible que suceda un tembleque de estas dimensiones.

¿Están ustedes preparados para el regreso del tornado?

Os echo mucho de menos pero no tanto como para volver

Love

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Mi nicaragüita. Vol I









Qué fácil es amar un país cuando este te procura cariño, carantoñas y dulces palabras constantemente. Qué fácil es amarlo cuando sus parajes sudan historia y afecto. Qué fácil es amarlo cuando su gente te regala el doble de lo que das y te cuida como si fueras uno de ellos.
Nicaragua rebosa amor y yo me estoy aprovechando de ello. Bien visto, ambos….estoy extremadamente in love y, sin querer, a cada esquina que cruzo, regalo mi sonrisa.
En sí es un buen trato. Humilde y gratificante simbiosis.
En el aeropuerto del Salvador, camino a Nica, conocí a Jonathan, mi primer Nica. Ambos nos colamos en la zona VIP de nuestra compañía aérea. Tratamos de bebernos todo el ron de la terminal; ya saben, cuando se abre la barra libre uno siempre perjudica un poco más de la cuenta su riñón y bebe y come lo que en una ocasión normal no haría, poseído de un endemoniado sin fin en búsqueda de comida que, en ocasiones, ni nos gusta, pero ¡aaahhhh! es gratis y hay que aprovechar.
A Managua llegué a las 22h de la noche. Jonathan me acercó en su coche a mi hotel. En Managua uno debe procurar andar con mil ojos. Sin lugar a dudas es la selva urbana más peligrosa con la que jamás me haya cruzado. Imaginen. Acababa de llegar al país y necesitaba moneda local. La del hotel me dijo que de ir al cajero tenía un 80% de posibilidades de volver sin plata y sin calzones. Decidí no dejarme llevarme por la constante paranoia que viven los lugareños. Nunca negaré que no sea justificada. En todo caso, durante el camino, percibí miedo. Traté de andar firme y con decisión y con una atenta mirada a mis espaldas y con otra a la siguiente esquina.
Las calles de Managua no tienen nombre, están sucias, se palpa extrema pobreza y se respira paranoia todo el tiempo. Solo os diré que, con solo pronunciar su nombre a la gente se le cambia la cara.
Rían llegaba por la noche así que me las arreglé con un taxista para ir a recogerla e ir directamente a Granada y ahorrarle Managua.
Desde hacía días andaba nervioso, soñando con el reencuentro. No nos veíamos físicamente desde el 15 de Agosto y andábamos a finales de Octubre, pueden hacerse una idea, ¿verdad?
Y al fin ocurrió, fue una maravilla. Entre lágrimas, besos, abrazos fuimos directos para Granada.
Granada es una ciudad colonial, junto con León, las dos más bonitas del país. Colores, decadencia, más colores, iglesias, patios a la andaluza, con su centro neurálgico y sus calles repletas de historias.
El primer día lo invertimos en tocar y caminar la ciudad que tan buena onda nos había dado por la noche. Subimos a la iglesia de la Merced y nos dejamos llevar por las alturas granadinas, andamos por la calle de la Calzada y bajamos hasta el río para programar nuestra visita a las isletas.
El día siguiente cerramos un trato fabuloso y nos dimos un paseo en barca por las isletas granadinas. Es un must see, uno de esos que hay que ver aunque no es grave perderse, me siguen, ¿verdad?
De Granada partimos hacia la laguna de Apoyo. Situada en el cráter de un volcán.
Nos alojamos en la habitación más bonita del hotel Monkey Hut, el lujo estaba plenamente justificado. Disfrutamos de un refrescante baño y uno de los mejores despertares de mi vida al son de miles y miles de distintas especies animales: monos, pájaros, insectos que al mezclarse producían una sinfonía perfecta para empezar el día.
En la laguna hicimos una buena caminata hacia uno de los llamados pueblos blancos, Catarina, famoso por gozar de las mejores vistas de la laguna.
El resto de tiempo lo invertimos en darnos todo el cariño que no podemos vía Skype y What’s up. Al fin, fueron 5 días maravillosos, al lado de la cosica que más quiero en el mundo.
En la misma laguna conocí a Edgar, quedamos a las 11h de la mañana para irnos hacia Ometepe, pero esto os lo cuento en el siguiente capítulo.
Os echo mucho de menos pero no tanto como para volver.

Love

Willy

Tupiza, Uyuni y coctel emocional






















De las minas de Potosí nos trasladamos a Tupiza en búsqueda de relax y de nuevos paraísos con los que alimentar nuestras páginas en blanco.
El trayecto lo realizamos, sin duda, en uno de los peores autobuses en los que he montado jamás. Ocho horas encerrados en un bus con unos asientos más bien justos, sin baño, con 10.000 millones de olores que danzando, entremezclándose y formando un desagradable tufo.
La ventaja de viajar en un autobús nocturno es que te ahorras una noche de hotel mientras avanzas metros; la desventaja es que descansas más bien poco, sobre todo si eres de mal dormir como un servidor.
En Tupiza se nos unió un singular viajero. Uno de esos hippies de sesenta y tantos, yanqui, que aún continúa creyendo en la marihuana como modo de vida y piensa que los celulares y el Facebook los carga el diablo.
Pasamos la primera noche en un hostal que luego desertamos hasta llegar al hotel Mutri: 5,5€, con piscina, desayuno y el único sitio del pueblo con Wi-Fi y con la mejor agencia de viajes.
Un día entero lo dedicamos a tomar el sol, pinchar música y relajarnos a base de cerveza y chapuzones a 3000 metros de altura.
Al día siguiente hicimos un triatlón, un paseo en jeep visitando los alrededores de Tupiza, un paseo en caballo y un descenso en bicicleta. Todo espectacular y muy divertido por solo 20 euros.
Allí fue dónde conocimos a Skip y Sarah, nuestros compañeros en el tour hacia el Salar de Uyuni. Pero antes hicimos una cena con toda la troupe que fuimos formando desde Potosí; un delicioso churrasco, rociado de un vino boliviano, nada espectacular pero que a mí me supo a gloria señores.
Al día siguiente a las 9h ya estábamos listos para andar, 4 días y 3 noches de desconexión total. Nos esperaban paisajes de órdago, buena onda, camaradería, miles de flamencos y mucho, pero mucho frío.
Desde el principio nos tomamos las osas con mucha calma. Decidimos degustar cada parada como si fuera la última, regalándonos el tiempo necesario para explorar los rincones y tratar de sacar la mejor fotografía posible.
Uno de las experiencias más preciosas del primer día fue la interacción que tuvimos en una escuela de un pueblo perdido en medio del desierto. Un servidor repasó diferentes tipos de alimentos con los chavales, Andy improvisó una clase de Geografía y con Skip y Sarah nos curramos una sesión de gimnasia.
La ternura, la pasión, la bondad y la ilusión que es capaz de regalarte un pequeñajo son impagables.
La tarde también terminó por ser movidita; acabamos jugando un partido de fútbol con los niños locales del pueblo en el que pernoctamos. La verdad es que duramos bien poco. Correr detrás del balón a 4000 metros de altura no es precisamente moco de pavo.
El siguiente día nos esperaba la jornada más larga de todas, repleta de deliciosos paisajes, entre ellos la laguna verde, el desierto de Dalí, miles de flamencos y cuando digo miles no se piensen que me dejo llevar por la intensa exageración en la que a menudo me inmiscuyo.
El regalo del día fue un caluroso baño en aguas termales a 5000 metros de altura.
Por la noche destapamos alguna cerveza y vino, y brindamos en honor del que hubiera sido el 60 aniversario de mi madre.
El tercer día seguimos maravillados entre constantes cambios de paisaje, con los ojos abiertos como platos entre la Laguna Colorada, el desierto de Siloli, donde se halla el famoso árbol de piedra, y finalizamos en un mini salar, salar de Chiguana que nos sirvió como aperitivo del inmenso salar de Uyuni.
La última noche tuvo lugar en un hotel construido enteramente de sal.
Andábamos exhaustos y excitados a la par. Debíamos despertarnos a las 4h para disfrutar con la salida del sol y gozar el salar a pleno pulmón. Fue sin lugar a dudas uno de los puntos fuertes del viaje. Jugamos con el efecto fotográfico que causa el blanco e hicimos alrededor de 300 fotos en cuestión de minutos. En el salar puedes escuchar un silencio precioso y acariciar unas vistas únicas en el mundo.
Recuerdo con máximo cariño la despedida con Andy. Nervios a flor de piel y mucho amor de por medio se cruzaron en un mar de lágrimas. Bye bye bro. Bye bye Sky y Sarah. Love u all ¡!
En la paz pasé 3 días, uno de ellos lo dediqué entero a una visita de urgencias en la cruz roja. En Tupiza tuve una caída de las tontas en la piscina que tras especulaciones bien feas apuntaba a una rotura de una costilla. Por suerte terminé con una aguja enorme clavada en mi culo y una ristra de medicamentos para calmar mi dolor.
Vi las estrellas, pero el saber que mi viaje continuaría sin problemas me alivio todo el dolor posible. Pueden imaginarse el mal rato que pasé durante el meticuloso proceso de revelado de la radiografía. Toma de foto, revelado, secado al estilo añejo…secador en mano y ffffff ffffff, así, durante 45 minutos de interminable sufrimiento.
Para curarme del susto me regalé otra visita al Chen Kang. Bolivia ha dejado marca para siempre.
Hoy voy de vuelta a Centro América. First stop: Nicaragua.
Les echo mucho de menos pero no tanto como para volver
Love
Willy