Antes de empezar con esta reflexión os diré que soy plenamente consciente de lo afortunado que soy, y que gozo de mi suerte tanto como puedo.
Me excita cruzar fronteras, ver las estrellas desde perspectivas distintas, oler diferentes tipos de comida, saborear acentos diversos, maravillarme con los que no tienen nada y te ofrecen todo, descubrir parajes cuyos nombres ni conocía. Me abruma no saber dónde estaré la semana que viene.
Sobre todo, y lo más importante, es que soy plenamente consciente de que estoy haciendo lo que siempre quise hacer. Un recopilatorio de aventuras, experiencias y sensaciones que ya siempre estarán conmigo y, lo mejor, un montón de experiencias, aventuras y sensaciones aún por llegar.
Hoy escribirlo, recordarlo y asumirlo me relaja.
Llevo 2 meses y medio fuera de casa, nunca antes había estado tanto tiempo lejos.
Llevo 2 meses y medio cerrando y abriendo mi maleta, vistiendo las únicas 4 camisetas que llevo, los mismos pantalones, duchándome en baños sin agua caliente y con camas con los muelles rotos, compartiendo baños encharcados, andando con sandalias por manía a ir descalzo, durmiendo con tapones en los oídos para refugiarme de los ronquidos del vecino del vecino de litera, o del bullicio bar de la pensión que está justo debajo de mi almohada.
Podría continuar explicando que hace una semana que me pica todo el cuerpo y que no consigo quitar la arena de mis calzoncillos.
No es que esté negativo o maldiciendo el viaje, solo expongo la parte que no se ve en las fotos ni en las postales paradisiacas: el back office del backpacker. Tampoco quiero que se compadezcan de mí, ¡nada de eso!
Hace dos días que ando melancólico y sueño con una bandeja de quesos y embutidos, acompañados de pan de coca de l’Empordà untado con tomate y rociado de un buen aceite de oliva. Ni se imaginan la cantidad de saliva que sale de mi boca tras escribirlo.
Sueño con mi cama, sábanas limpias. Si está Rían al ladito mucho mejor. Sueño con una blanca en el Ramón o un buen vino en el Marino, con darme un paseíllo por el centro, hacer unas compras en el Mercat de Santa Catarina y luego cocinarlas. Echo mucho de menos un buen vermout, vaya que tontito tampoco soy.
Y es que cuando uno está lejos de casa, sin las comodidades habituales, es cuando valora las pequeñeces del día a día que tan bien acostumbrados nos tienen y que tan poco valoramos a menudo.
Hoy más que nunca les echo de menos, pero no tanto como para volver.
Love
Aiiixxxx com m'agradaria saber jugar amb les paraules com fas tu. Concepte "el backoffice del backpacker" m'ha molat molt... Ets totaaaal!! Mua!
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