Antes de contaros mis hazañas por las tierras colombianas siento que debo cerrar el capítulo panameño.
Tras la vuelta de San Blas a Panamá City nos instalamos toda la familia; recuerden, Josephine, Cristophe y Lian en un hostal hecho a medida para backpackers: el Luna Castle.
Este hostel tiene de una comodísima sala de proyecciones en la que los huéspedes pueden escoger el film que ver en sus 3 sesiones distintas, unas mesa de ping pong, unas guitarras, cervezas a 1 dólar (unos 0,75€) y happy hour de 21h a 22h con cerveza a 0,50 dólares y cubata a 1 dólar.
Así que, en esta ocasión, salimos poco a pasear. Anduvimos un día de compras y el resto disfrutando de la compañía que nos brindábamos unos a otros, recordando la camaradería, la buena onda y saboreando el buen gusto de boca que nos dejó San Blas, disfrutando de las comodidades del hostal y preparando las siguientes semanas por Colombia.
Cabe destacar las 350.000 partidas al ping pong entre Andy, Cristophe y un servidor. Más tarde también se unieron Josephine y Liam.
Es imposible no mencionar nuestro paso por el fish market en búsqueda de mandanga de primerísima calidad para cocinar un buen arroz caldosos de bogavante; sí Txarly, Maider y Pableras de esos de 3 horacas de cebollita caramelizada…os acordáis??Que grn finde en la escala !!
Cayeron colas de langosta, medio centollo, media libra de centollo, media libra de almeja, navajas pequeñas y camarones. Todo nos costó unos 15 dolares. Para que se hagan una idea fue más caro un kilo de cebolla que medio kilo de cola de langosta, la hostia, no?
Pueden imaginarse a la maquinaria Cunill en marcha entre “peleas” y “gritillos”, pero con mucho amor y dedicación conseguimos un arroz caldoso que ni en el Bulli.
A la vuelta quién quiera que ponga la materia prima y yo cocino, ¿hay trato?
Panamá City me pareció una ciudad en pronta ebullición. Un centro económico potente de durísimos contrastes. Una ciudad hostil y un tanto peligrosa. Hay ciertos códigos en los que uno poco a poco tiene que acostumbrarse por estos lares. Como preguntar cuáles son las zonas transitables y en cuáles mejor no poner un pié. Es la gente quien te cuenta las zonas seguras y las que no. Incluso el ejercito te para y te dice: “amigo mejor no continúe su camino por esta ruta”.
En definitiva, y para concluir, Panamá ha sido un país que me ha sorprendido gratamente, y hemos tenido la suerte de compartirlo con Martí, Marc, Ramon y Pau; con Cristophe, Josephine, Liam y, por último, con Alberto, Lola y Mariana.
Un país al que espero volver algún día y saborearlo lentamente, rincón a rincón. Ojalá que mi paraíso siga ahí y no lo vendan a ninguna macro empresa hotelera.
Este hostel tiene de una comodísima sala de proyecciones en la que los huéspedes pueden escoger el film que ver en sus 3 sesiones distintas, unas mesa de ping pong, unas guitarras, cervezas a 1 dólar (unos 0,75€) y happy hour de 21h a 22h con cerveza a 0,50 dólares y cubata a 1 dólar.
Así que, en esta ocasión, salimos poco a pasear. Anduvimos un día de compras y el resto disfrutando de la compañía que nos brindábamos unos a otros, recordando la camaradería, la buena onda y saboreando el buen gusto de boca que nos dejó San Blas, disfrutando de las comodidades del hostal y preparando las siguientes semanas por Colombia.
Cabe destacar las 350.000 partidas al ping pong entre Andy, Cristophe y un servidor. Más tarde también se unieron Josephine y Liam.
Es imposible no mencionar nuestro paso por el fish market en búsqueda de mandanga de primerísima calidad para cocinar un buen arroz caldosos de bogavante; sí Txarly, Maider y Pableras de esos de 3 horacas de cebollita caramelizada…os acordáis??Que grn finde en la escala !!
Cayeron colas de langosta, medio centollo, media libra de centollo, media libra de almeja, navajas pequeñas y camarones. Todo nos costó unos 15 dolares. Para que se hagan una idea fue más caro un kilo de cebolla que medio kilo de cola de langosta, la hostia, no?
Pueden imaginarse a la maquinaria Cunill en marcha entre “peleas” y “gritillos”, pero con mucho amor y dedicación conseguimos un arroz caldoso que ni en el Bulli.
A la vuelta quién quiera que ponga la materia prima y yo cocino, ¿hay trato?
Panamá City me pareció una ciudad en pronta ebullición. Un centro económico potente de durísimos contrastes. Una ciudad hostil y un tanto peligrosa. Hay ciertos códigos en los que uno poco a poco tiene que acostumbrarse por estos lares. Como preguntar cuáles son las zonas transitables y en cuáles mejor no poner un pié. Es la gente quien te cuenta las zonas seguras y las que no. Incluso el ejercito te para y te dice: “amigo mejor no continúe su camino por esta ruta”.
En definitiva, y para concluir, Panamá ha sido un país que me ha sorprendido gratamente, y hemos tenido la suerte de compartirlo con Martí, Marc, Ramon y Pau; con Cristophe, Josephine, Liam y, por último, con Alberto, Lola y Mariana.
Un país al que espero volver algún día y saborearlo lentamente, rincón a rincón. Ojalá que mi paraíso siga ahí y no lo vendan a ninguna macro empresa hotelera.
Love
Willy
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