Cuenta la historia de 3 catalanes. Andy, Tria y Willy. Tres backpackers, 3 bobpopers, así les gustaba llamarse a ellos mismos. Se apodaban Bobtupé, por su reluciente tupé, Bobpalenque, por su afán de contar historias y Bobsounds, el imitador de sonidos selváticos.
La historia empezó en Cartagena de Indias.
Cartagena es una preciosidad de ciudad colonial que suda historia en cada una de las esquinas de sus calles. Vale mucho la pena pasear su centro histórico y acercarse a su castillo. También hicimos una visita al mercado.
El mercado de Cartagena necesitaría unas 20 páginas por lo menos, pero mi intención no es aburrir, sino daros una pizca de envidia, entreteneros y resumir mis hazañas por tan magnas tierras al otro lado el charco. En resumen les diré que al adentrarse en sus entrañas es prácticamente seguro que se disparen y se activen todos y cada uno de sus sentidos, incluso aquellos que andan entumecidos, sórdidos o apagados.
Se juntan tiendas de zapatos y ropa junto con las de carne, pescado, cocina casera, etc… todo huele, hierve, efervece, grita, suena y marea.
De Cartagena fuimos a parar al parque nacional de Tayrona. Hicimos escala en Taganga y de ahí directos a Tayrona. En esta ocasión nos juntamos con una linda pareja, un alemán y una colombiana, Jonathan y Carolina con los que compartimos un par de días fabulosos de playa, risas, fotos y camaradería.
Después de un ridículo chequeo policial nos adentramos en las entrañas selváticas de Tayrona, camino al camping en el que reposaríamos nuestras espaldas la siguiente noche.
Tayrona consta de unas 5 playas, en las dos primeras es 100% recomendable no bañarse ya que sus corrientes podrían hacer de tus vacaciones tu peor pesadilla. El primer día desembarcamos y saboreamos palmo a palmo la maravillosa cordillera coralina de la Piscina, una de sus playas. Nadé mucho, como hacía días, un placer vaya. Bailamos con centenares de peces, muchos de ellos no los habíamos visto jamás. Una orgía de colores y vida marina que nos dejó un tremendo sabor de boca.
Por la noche cayó una juerga improvisada bañada con ron añejo, risas y buena onda entre historias y aventuras de los que hicimos noche en el camping. Por la mañana, una vez reunido el grupo al completo, andamos hasta la última playa, unas 2 horas de caminata, entre playa y playa, hasta llegar a la nudista. No hay placer que se me resista menos que bañarme en carnes entre olas y aguas saladas. Aunque el placer duró poco, unos bichitos extraños nos picaron por todo el cuerpo, inclusive en la minga…arghhhhh Cambiamos de playa y esta vez la suerte estuvo de nuestra parte. Aguas turquesas, palmeras cocoteras, cerveza fresca y brisa caribeña, no se puede pedir más para ser feliz.
Nos hicimos la foto familiar con Jon y Carolina y partimos hacia Taganga con la intención de agarrar un bus dirección Medellín. Todo apuntaba buenas maneras, hasta que nos dijeron que el bus que queríamos ya no funcionaba, así que un tanto estresados partimos volando hacia la estación de bus de Santa Marta, en la que al fin conseguimos nuestro objetivo. 18 horas de bus y nos plantamos a Medellín.
La ciudad nos hechizó (léase: hechisó) desde el primer momento. Sus calles, su gente, las omnipresentes estatuas de botero, el teleférico hacia las alturas de la ciudad, su noche, su amabilidad, su dulzura hicieron que las 18 horas de bus quedaran apenas como una anécdota y que nuestro paso por la ciudad lo valoráramos con un 10.
La siguiente parada fue la zona cafetera, Manizales. En sí la ciudad no nos fascinó, sumando a ello que yo me enfermé del estómago, pasó sin pena ni gloría. Tria y Andy se aventuraron al parque de los nevados y coronaron una altura cañoncete. Yo aproveché para frenar, relajarme y pensar cual sería mi destino tras Bolivia. Ya tengo los billetes, me marcho a Nicaragua, ou yeahhhh. Mi última parada antes de volver a México. Esta parte la haré solo, exceptuando 5 días en que Rían vendrá hacerme una visita…imaginaos las ganas que tenemos de vernos. Más aún de lo que pensaron.
De Manizales partimos hacía Salento. Una preciosidad de pueblo situado en el Valle de Cócora. Tuvimos suerte y encontramos un buen hostal con todas las comodidades que andábamos buscando.
Palenque estaba ya terminando sus vacaciones, pero antes disfrutamos de un paseo por el valle. Un trek de unas 5 horas. Una de las cosas que más nos sorprendió fue ver cómo se alzaban orgullosas y trepaban con nosotros cientos de palmeras de cera: el árbol nacional de Colombia. La verdad es que verlas a 2400 metros de altura sorprende.
Llegó el momento, un abrazo y hasta la vuelta Tria. Enorme tenerte con nosotros durante parte de nuestro viaje hacía nuestras entrañas.
Andy y yo esa misma tarde disfrutamos de un precioso atardecer en lo alto de Salento. Al día siguiente a las 7 de la mañana ya andábamos listos para cabalgar por el valle de Cócora. Nos os negaré que el caballo me impresionaba mucho, y que el canguele se apoderaba de mí minutos antes de subirme al lomo de mi caballo. Finalmente resultó una experiencia magnífica en la que cabalgamos al galope durante 3 horas por el valle. Lo que empezó con cagalera y miedits aguda terminó por ser una de las experiencias del viaje. Aunque a día de hoy aún me duela el culo, valió la pena.
De Salento, siguiendo las recomendaciones de la Faurons y siguiendo nuestro olfato, fuimos para San Cipriano, un pueblo remoto, selvático y caluroso, bañado por el río más claro del mundo, o eso nos dijeron. Una de las gracias es cómo llegas al pueblo. Debes montarte en unas motos que circulan por una antigua vía de tren, el sistema es rudimentario pero aparentemente seguro, fue toda una experiencia.
En San Cipriano tuvimos la sensación de aterrizar en un pueblo perdido por el sur de África y no en Colombia. Su principal atracción es lanzarte con un neumático por los rápidos de su río. Fue divertido y refrescante a la vez; Andy más valiente y yo más tímido, pero ambos sonrientes y disfrutando de la atracción como si tuviéramos 10 años.
Nos quedaban 2 días en Colombia antes de nuestra llegada al Perú. Uno de ellos lo aprovechamos para visitar Cali y a Carolina. Cali no nos dio para mucho y, sinceramente, no tuvimos mucha conexión con la ciudad de no ser por la cervecita con Carolina.
El último lo aprovechamos para visitar Bogotá y lo disfrutamos de lo lindo, visita al museo Botero, paseo por la Candelaria y sopresoung… nos decidimos a visitar la montaña de Morenete. Al llegar nos encontramos con una réplica de la Moreneta con su senyera al lado. Pueden imaginarse la emoción que sentimos, 2 catalanes de pro, por tierras colombianas, con uno de los símbolos de nuestro país, Catalunya, en Colombia.
De Bogotá y Colombia nos despedimos en el mítico restaurante Andrés carne de res, que presume de ser el mejor asadero del mundo. No he estado en todos pero este valió mucho la pena y lo disfrutamos de lo lindo con un trozo de carne de unos 750 gramos y, al fin, un poco de vino tinto mmmmmmmmmmmmm
Señores, Colombia nos ha hechizado, su gente, sus parajes y su mandanga alimenticia. Volveré seguro.
Les echo mucho de menos, pero no tanto como para volver.
Love
Willy
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