domingo, 14 de agosto de 2011

En búsqueda de la tortuga gigante y arrecifes caribeños








TULUM:

Salimos de la cabaña de Holbox pronto, a las 6h30 el despertador nos estaba dando el toque de queda.

Teníamos que coger un ferry hacia Chiquilá y agarrar un autobús hasta Cancún y de ahí otro bus, un camión como dicen por estos lares, que nos llevaría a nuestro nuevo paraíso: Tulum.
Andábamos la Rigui blues band cantando, “a Tulum, nos vamos a Tulum, chá chá chá”. Felices, sonrientes, expectantes y con ganas de nuevas aventuras.
El viaje fue milimétrico, solo 30 minutos de espera en la estación de autobuses de Cancún que aprovechamos para arreglar cuentas y sacar unos pesos en un cajero Banamex.
En Tulum, fuimos a parar en una pensión de buena onda, cocina comunitaria y mochileros repletos de info que nos podría servir de mucha ayuda. Disponíamos de servicio de bicicletas. Rústicas, sin frenos, deshinchadas; vaya, un cisco de bicicletas. Aún así nos agenciamos con un par y nos fuimos directos a la playa.
Era tarde, aproximadamente las 18h30, el sol iba de bajada y por un segundo me entró la paranoia. Dudaba de la seguridad hasta de las hormigas de la carretera. Cariño, cuidado este ha puesto el warning; ojo con este que tiene mala pinta etc etc etc. Vi peligros ahí donde no los había.
Fuimos a parar a unas cabañas privadas a pie de playa. 3 días más tarde, la casualidad nos llevaría a dormir en ellas con Hurón y Silvia una noche.
Ya de vuelta, mientras un servidor sofreía unas verduras con todo el amor del mundo, una cucaracha de tamaño considerable se aventuró a recorrer todo mi cuerpo hasta que Rían de un golpe la hizo saltar. Esta, entre otras pequeñeces, hicieron que al día siguiente nos cambiáramos de hostel.
A la mañana siguiente nos preparamos un suculento picnic y nos fuimos decididos a disfrutar de la mañana en el cenote cristal. Fue tal cual nos habían contado: agua cristalina y un bello espacio en el que disfrutar de un mediodía en familia. Saltamos de una liana, nadamos, conversamos con la gente del pueblo, en definitiva más de lo que andábamos buscando.
Del cenote nos fuimos directos a la playa por 40 pesos en un taxi. Alucinamos con el contraste entre el color turquesa del agua y el color blanquinoso y el tacto de la arena. Dimos al clic de la cámara tratando de reflejar tan magnos colores, aunque, sin duda, la mejor de las fotos es aquella que se mantiene en la retina de tus ojos.
Seguíamos hambrientos de aguas turquesas así que nos fuimos para Akumal, una excursión que nos habían recomendado unos canadienses que conocimos en Holbox. La emoción nos desbordaba por segundos y no fue para menos. Dudo que se nos olvide la postal que se nos plantó en nuestros morros.
Nos armamos con las gafas y el tubo. Seguimos de lejos los tours organizados para localizar el arrecife, si señor ¡!! Nadamos con miles de peces de distintas formas y colores, jugamos tímidamente con tortugas gigantes e hicimos la siesta debajo de un cocotero.
Avanzada la tarde nos sorprendió una infección de orina de las gordas y tuvimos que ir al hospital de Tulum, precio a parte. Conseguimos que nos rebajaran a la mitad el coste inicial gracias a mis constantes quejas…imagínense… ¿regatearon el precio en un hospital alguna vez? Acá había que hacerlo; hay que decir a su favor que nos trataron de maravilla y solventaron el problema sin exceso de demora.
Por la mañana Rían parecía haber mejorado notablemente, aunque ya saben que una infección es dolorosa y muy molesta, y más aún cuando uno está tan lejos de su casa.
De todos modos nada nos impidió disfrutar de nuestro tercer día en Tulum. Teníamos pendiente la visita a las ruinas. El sol, como de costumbre, abrasaba, así que aprovechamos cada una de las sombras que los árboles nos brindaban con cariño. A mitad de recorrido tienes la posibilidad de pegarte un buen baño en la playa así que, como comprenderéis, no desestimamos la oportunidad.
Al terminar fuimos para un chiringo de la playa. Recuerdo este, como uno de los mejores momentos del viaje. Pasamos el resto del día apalancados en una hamaca, durmiendo de buena onda, charlando con la gente que iba y venía; sin más, relax entre aguas turquesas y palmeras caribeñas mmmmmmm un lujazo en toda regla.
Por la noche nos encontramos con Hurón y Silvia que estaban de viaje de bodas; planeamos un diving en el cenote Dos Ojos. Ellos dos y Rían harían snorkel y un servidor una doble inmersión.
Todos lo pasamos en grande; yo disfruté de lo lindo en la oscuridad de los túneles sumergidos entre formaciones estrafalarias; mientras los demás andaban disfrutando de lo lindo en la superficie de unas aguas, literalmente, cristalinas.
Para terminar nuestra andadura en el caribe, nos pusimos de acuerdo con Hurón y Silvia y nos alquilamos una palapa a pie de playa; lo único que me falló fueron los precios excesivos y el extra de tourist que tenía el sitio. Por lo demás, cena, dormir, desayuno, playa, siesta, baño, siesta, comida, siesta, playa, y así hasta despedirnos definitivamente del caribe.
Os echo de menos pero no tanto como para voler.
Love
Willy

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